Compartimos el siguiente texto realizado por Facundo Camporeale. Hermosas palabras que llenan de felicidad y nostalgia a cada uno de nosotros, a cada persona de éste mundo Banfield. Sentimientos encontrados y reflejados en un relato maravillo. Nuevamente, gracias por compartirlo. Disfrútenlo:
Banfield de mi vida.
Todos los días pensando en ti. Algo rutinario que no se puede superar. Llega a ser un sentimiento tan intenso, que se puede comparar con algún amorío de la vida, pero ojo, ninguno es similar al de la pasión que se siente por este club, equipo, barrio, tan maravilloso.
Sentir que cuando el equipo sale a la cancha, la piel se eriza de tal manera que todo el cuerpo siente felicidad absoluta, y lágrimas en los ojos que explican el orgullo de tener en el corazón una marca como la de Banfield.
Ahora bien, recordando el año 2009, con tantos regocijos en mi cabeza, quiero hacer hincapié en como fueron transcurriendo partido tras partido u emoción tras emoción; porque creo que se sobrepasaron las expectativas soñadas por todos los banfileños.
Sobre la fecha once, aproximadamente, para ir avanzando, se estimaba una leve ilusión, pero aún no se despertaba del todo, para no caer en la tentación de enfermedad por querer lograr un primer campeonato. Y cabe recalcar, obviamente, que ya en este tramo, precisamente en la cuarta, habíamos elogiado con nuestro juego, a nuestros señores hijos, claro, son señores, ya que se han acostumbrado a serlo. Acostumbrados a nunca igualarnos jamás.
Siguiendo ya sobre la fecha doce o trece, nuestra mente no podía soportar esa inmensa energía de fanatismo que circulaba constantemente por las venas verdes y blancas. Se sentía un hormigueo. Un cosquilleo similar al enamorarse, pero todavía más fuerte. Tan fuerte que nunca se había sentido así. Cada minuto que se trasladaba en el campo de juego era similar a contar uno por uno la cantidad de granos que hay en el desierto del Sahara (no miento, ni exagero, era totalmente real). Y al momento que se escuchaba el ruido del silbato final, se hallaba un suspiro interminable, como si el alma volviera nuevamente a instalarse al cuerpo.
Llegando a la fecha dieciséis, se detuvo por una milésima de segundos el corazón. Cerca de la recta final, se perdieron tres puntos importantísimos en el Imperio, en nuestra casa. Fue la semana más difícil de sobrellevar. Se dilucidaba toda esa ilusión que se recargaba encuentro tras encuentro. Ya no éramos los primeros, se nos estaba escapando el gran sueño.
Lentamente ha pasado la semana y volvía a aparecer ese fervor desde adentro.
Nos encontramos en la diecisieteava fecha, yendo en contra del Huracán, donde de la nada y de imprevisto apareció un mate y un termo volando sobre el mismo, que hizo recobrar toda esa esperanza y confianza mantenida hasta ese momento. Nuestros alrededores enloquecían, y mi mente le agradecía a la vista por ver inmensa fiesta.
Pero todo no estaba definido. Ya habitaba sobre nosotros la anteúltima fecha, sólo quedaba por dar dos pasos más, dos luchas interminables.
El contrincante que se enfrentaba al majestuoso equipo, era el Tigre de un gran entrenador.
Sabiendo a qué nos enfrentábamos, los Guerreros del Emperador Julio César, salieron a batallar el campo de juego. Se hallaba una tensión impresionante en el estadio. Nosotros por otro lado, transpirábamos nervios como nunca acontecimos a lo largo de la vida de nuestro queridísimo club. Hasta que en un momento se cobró un tiro libre. Jugada parada. Quien tenía la pelota, era la energía del equipo al cual se afirmaba, y mantenía un equilibrio notable. Era la magia, el hechicero que hacia temblar a la tribuna cada vez que tocaba la esfera del placer. El balón desfilaba sobre sus pies. Su nombre es Walter Erviti, que con su centro formidable hizo que se le ilumine la cabeza a un Víctor regenerado y bien aguerrido. Un domador que hizo del tigre un diminuto animal indefenso. El partido concluyó y el ganador fue el que taladró las ideas del equipo adversario.
Nuevamente estábamos arriba del podio y candidatos a consagrarnos campeones, sí claro, ya lo mencionábamos para ese entonces, por qué no.
Y así fue que el furor crecía entre todos nosotros. Crecía gigantescamente, a tal punto que sobre nuestras bocas sólo se escuchaba la frase “Se nos va a dar, este es el momento”. Era innegable que así sea.
Rumbo a la recta final, yendo hacia la Boca de un grande, se desarrollaba la última fecha. Amontonados y en plena festividad, el silbato sonó por primera vez para dar comienzo al gran partido que esperábamos desde que nacimos. Entramos automáticamente en pánico. Cada movimiento en el terreno de juego era como una avalancha de sentimientos. Y al pasar el tiempo se concretaron los noventa minutos que disponía el encuentro. Se logró el objetivo deseado.
El partido no terminó con un triunfo, pero sí con un CAMPEÓN.
No hace falta describir la alegría que sentía cada hincha en ese momento, pero sí puedo contar que yo estuve allí y disfruté cada minuto de la congregación. Ese día será recordado por siempre y escuchado, si Dios quiere, por mis hijos, que ojala sigan la misma pasión que el padre.
Para cerrar esta alusión, quiero decir que una de las causas por la que estoy escribiendo, como si faltara poco, es que se nos aproxima el clásico tan esperado, nuevamente con nuestros señores hijos. Y eso despierta cierta energía en mi, por lo tanto, quiero dejar bien en claro que no hay explicación lógica para no seguir alentando y amando a nuestro querido Banfield.
Quiero despabilar esa nostalgia del Campeón, y el fanatismo que no te deja dormir por las noches, un insomnio llamado Mística Banfield.
Para concluir:
Nada, pero nada, seria igual si no estuvieses en nuestras vidas.
Gracias por todo y en especial a los que hicieron todo esto posible; los jugadores y el cuerpo técnico.
- Fin -
Por Facundo Camporeale.
Banfield de mi vida.
Todos los días pensando en ti. Algo rutinario que no se puede superar. Llega a ser un sentimiento tan intenso, que se puede comparar con algún amorío de la vida, pero ojo, ninguno es similar al de la pasión que se siente por este club, equipo, barrio, tan maravilloso.
Sentir que cuando el equipo sale a la cancha, la piel se eriza de tal manera que todo el cuerpo siente felicidad absoluta, y lágrimas en los ojos que explican el orgullo de tener en el corazón una marca como la de Banfield.
Ahora bien, recordando el año 2009, con tantos regocijos en mi cabeza, quiero hacer hincapié en como fueron transcurriendo partido tras partido u emoción tras emoción; porque creo que se sobrepasaron las expectativas soñadas por todos los banfileños.
Sobre la fecha once, aproximadamente, para ir avanzando, se estimaba una leve ilusión, pero aún no se despertaba del todo, para no caer en la tentación de enfermedad por querer lograr un primer campeonato. Y cabe recalcar, obviamente, que ya en este tramo, precisamente en la cuarta, habíamos elogiado con nuestro juego, a nuestros señores hijos, claro, son señores, ya que se han acostumbrado a serlo. Acostumbrados a nunca igualarnos jamás.
Siguiendo ya sobre la fecha doce o trece, nuestra mente no podía soportar esa inmensa energía de fanatismo que circulaba constantemente por las venas verdes y blancas. Se sentía un hormigueo. Un cosquilleo similar al enamorarse, pero todavía más fuerte. Tan fuerte que nunca se había sentido así. Cada minuto que se trasladaba en el campo de juego era similar a contar uno por uno la cantidad de granos que hay en el desierto del Sahara (no miento, ni exagero, era totalmente real). Y al momento que se escuchaba el ruido del silbato final, se hallaba un suspiro interminable, como si el alma volviera nuevamente a instalarse al cuerpo.
Llegando a la fecha dieciséis, se detuvo por una milésima de segundos el corazón. Cerca de la recta final, se perdieron tres puntos importantísimos en el Imperio, en nuestra casa. Fue la semana más difícil de sobrellevar. Se dilucidaba toda esa ilusión que se recargaba encuentro tras encuentro. Ya no éramos los primeros, se nos estaba escapando el gran sueño.
Lentamente ha pasado la semana y volvía a aparecer ese fervor desde adentro.
Nos encontramos en la diecisieteava fecha, yendo en contra del Huracán, donde de la nada y de imprevisto apareció un mate y un termo volando sobre el mismo, que hizo recobrar toda esa esperanza y confianza mantenida hasta ese momento. Nuestros alrededores enloquecían, y mi mente le agradecía a la vista por ver inmensa fiesta.
Pero todo no estaba definido. Ya habitaba sobre nosotros la anteúltima fecha, sólo quedaba por dar dos pasos más, dos luchas interminables.
El contrincante que se enfrentaba al majestuoso equipo, era el Tigre de un gran entrenador.
Sabiendo a qué nos enfrentábamos, los Guerreros del Emperador Julio César, salieron a batallar el campo de juego. Se hallaba una tensión impresionante en el estadio. Nosotros por otro lado, transpirábamos nervios como nunca acontecimos a lo largo de la vida de nuestro queridísimo club. Hasta que en un momento se cobró un tiro libre. Jugada parada. Quien tenía la pelota, era la energía del equipo al cual se afirmaba, y mantenía un equilibrio notable. Era la magia, el hechicero que hacia temblar a la tribuna cada vez que tocaba la esfera del placer. El balón desfilaba sobre sus pies. Su nombre es Walter Erviti, que con su centro formidable hizo que se le ilumine la cabeza a un Víctor regenerado y bien aguerrido. Un domador que hizo del tigre un diminuto animal indefenso. El partido concluyó y el ganador fue el que taladró las ideas del equipo adversario.
Nuevamente estábamos arriba del podio y candidatos a consagrarnos campeones, sí claro, ya lo mencionábamos para ese entonces, por qué no.
Y así fue que el furor crecía entre todos nosotros. Crecía gigantescamente, a tal punto que sobre nuestras bocas sólo se escuchaba la frase “Se nos va a dar, este es el momento”. Era innegable que así sea.
Rumbo a la recta final, yendo hacia la Boca de un grande, se desarrollaba la última fecha. Amontonados y en plena festividad, el silbato sonó por primera vez para dar comienzo al gran partido que esperábamos desde que nacimos. Entramos automáticamente en pánico. Cada movimiento en el terreno de juego era como una avalancha de sentimientos. Y al pasar el tiempo se concretaron los noventa minutos que disponía el encuentro. Se logró el objetivo deseado.
El partido no terminó con un triunfo, pero sí con un CAMPEÓN.
No hace falta describir la alegría que sentía cada hincha en ese momento, pero sí puedo contar que yo estuve allí y disfruté cada minuto de la congregación. Ese día será recordado por siempre y escuchado, si Dios quiere, por mis hijos, que ojala sigan la misma pasión que el padre.
Para cerrar esta alusión, quiero decir que una de las causas por la que estoy escribiendo, como si faltara poco, es que se nos aproxima el clásico tan esperado, nuevamente con nuestros señores hijos. Y eso despierta cierta energía en mi, por lo tanto, quiero dejar bien en claro que no hay explicación lógica para no seguir alentando y amando a nuestro querido Banfield.
Quiero despabilar esa nostalgia del Campeón, y el fanatismo que no te deja dormir por las noches, un insomnio llamado Mística Banfield.
Para concluir:
Nada, pero nada, seria igual si no estuvieses en nuestras vidas.
Gracias por todo y en especial a los que hicieron todo esto posible; los jugadores y el cuerpo técnico.
- Fin -
Por Facundo Camporeale.
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